jueves, agosto 03, 2006

Apatía

La primera vez que escuché esa palabra fue en mi última consulta con el médico. Le dije que me sentía muy indiferente ante todo, que no es que no tuviera ganas de no hacer nada, sino que simplemente me daba igual. No tenía ganas ni de estar en casa, ni de salir, tampoco de arreglarme ni de estar desarreglada. De hecho, no tenía ganas ni de vivir ni de morir (eso no se lo dije, pero lo pensaba). Entonces puso la palabra mágica ante mí, le miré fíjamente a los ojos y después de pensarlo durante un rato, me sentí muy identificada con esa palabra. También le comenté mi cólera incontrolada, que no era capaz de controlar mis pensamientos. En momentos que yo llamo "crisis" resulta que lo que pienso yo misma sé que está mal, pero no puedo evitar tener ese pensamiento, entonces actuaba de una manera muy impulsiva...

Cuando me pronosticó mi enfermedad y me mandó el tratamiento dijo que no haría efecto hasta pasado un tiempo, normalmente un mes, que esa apatía iba a ir desapareciendo poco a poco, pero que no dejara de tomarme el tratamiento. Le he hecho caso a pesar de mi propia retisencia, ¡y empiezo a sentir los beneficios!

Tengo muchas ganas de vivir, de sentir, de palpar las cosas, de disfrutar de la vida, de levantarme por las mañanas, de saltar, de asomarme por la ventana, de experimentar... Pero ha pasado una cosa que me ha quitado las ganas de barrer, fregar, hacer las camas, lavar los platos, sacudir el polvo, tirar la basura y salir... es decir, tengo apatía. No es la misma apatía que al principio, menos mal, pero esa apatía me contradice a mí misma y me perturba la tranquilidad.

Como toda buena apatía, cada efecto tiene su causa, y ésta está muy clara: pérdida de amistad. No quería hablar sobre ello, no quería que la causante supiera el daño que me ha hecho, pero una buena terapia bloguera siempre fortalece el espíritu, ¿no creéis, blogueros míos?

Así que procedo a explicar que una amistad tiene unas esenciencias incontrolables, como es la confianza. Ella me aseguró en una ocasión que sentía desconfianza ante la confianza, que no era capaz de confiar en nadie ni en ella misma, y yo decidí sumarme a su causa. Decidí seguir nuestra amistad sintiendo desconfianza ante ella, pero no podía sentir desconfianza ante la amistad. Cada vez que me planteaba ciertas cuestiones en las que es fundamental tener confianza sentía cómo nuestra amistad se perdía, así que decidí no desconfiar en ella.

Algo no iba bien... mis crisis se acentuaban de manera incontrolada, dejé de ser yo misma y de ver la vida como debería.

Ella siempre ha estado en los momentos de necesidad, me ha prestado siempre toda la ayuda que ha podido. Pero después de lo que ha pasado ayer me he replanteado el sentido de la palabra momentos. Existen momentos buenos y momentos malos, ¿dónde metemos los momentos de necesidad? Por inercia lo haríamos en momentos malos, directamente, pero después de meditarlo mucho, no son lo mismo. Es fácil ayudar cuando se trata de satisfacer una necesidad, ¿pero qué es un momento malo? Un momento malo es un instante en el tiempo en el que las cosas no van bien, no se pueden solucionar, son cosas que pasan, y conmigo ocurría cada vez que tenía una crisis.

Ayer me dejó muy claro que no soportaba más mi amistad, que cuando hacía las cosas mal no podía excusarme con mi enfermedad, que no le parecía una causa para que yo dijera lo que dijese, que debía afrontar las consecuencias.

Cuando el médico me confirmó lo que yo ya sabía sentía muchísimo terror ante el hecho. No por el daño que me haría a mí misma directamente, sino por el daño que podría hacerle a los demás, por eso me fui, para evitarle a los demás los problemas. Siempre supe que con esa enfermedad se acababan perdiendo las relaciones sociales si no se ponía remedio pronto, que es realmente un círculo vicioso en el que te sientes mal y lo pagas con tus amigos, que tus amigos no lo soportan y te dejan, que te sientes peor y lo pagas con las personas que quieres, que ellas no soportan más y te abandonan, y que luego te sientes peor. Es muy difícil salir de ahí, pero yo lo estoy consiguiendo.

Me siento apática por perder su amistad, pero realmente no me siento mal. Si una amiga no sabe soportar los momentos malos no merece la pena luchar por esa amistad. Han sido muchos años saliendo todos los fines de semana, con momentos muy agradables, buenos y hasta magníficos, creo que por ello tengo esa pequeña apatía por ahí. Espero sinceramente que ella encuentre una amistad con la que no tener momentos malos.

Desde luego que escribir es una de las mejores terapias del mundo, y tener blog te hace reflexionar realmente sobre cada palabra que escribes y su significado.