La Cocinera
Madre de Anazia (MA): - ¡¡Anazia, ven y aprende a cocinar!!
Anazia [12 años] (A): - ¿Tiene que ser ahora que estoy con los deberes?
MA: - Sí, que si no, no aprendes nunca.
A: - Bueeeno, vale.
MA: Hoy vamos a hacer arroz con pollo, que es muy facilito. Anda, ve pelando ajos.
A: - ¿Dónde están los ajos?
MA: - ¿Dónde van a estar? Parece mentira que vivas en esta casa.
A: - Pues no lo sé, si no me lo dices, no pelaré los ajos...
MA: - Están ahí, en la despensa.
Anazia se queda igual... Busca un poco y los encuentra.
A: - ¿Cuántas pelo?
MA: - Pues depende de lo grande que vayas a hacer el arroz, pero por ahora pon 4 dientes.
A: - ¿Con qué cuchillo pelo los ajos?
MA: - Con el primero que pilles.
Anazia pilla el primer cuchillo que ve.
MA: - No, con ése no.
A: - ¿Entonces con cuál?
MA: - Con uno que esté afilado.
A: - ¿Cómo los pelo?
MA: - Quitas la parte de arriba y luego tiras de la piel.
A: - ¿Así?
MA: - Ahora no puedo mirar, y me estás poniendo nerviosa...
Anazia pela ajos como puede. Llega la hora de echar sal.
MA: - Tienes que echar un puñado de sal.
Anazia pilla un puñado.
MA: - ¡Pero no tan grande!
Anazia se deshace del puñado.
La madre de Anazia pilla el puñado y lo echa.
Anazia pilla el mismo puñado y se lo enseña a su madre. La madre está cortando el pollo y no puede antenderla. Anazia aprovecha y le hace unas preguntas de cosas de pollo.
MA (se pone roja como un tomate): - ¿No tenías deberes que hacer? Anda, sal de la cocina que no haces más que ponerme nerviosa.
Ésa fue la experiencia cocinera que yo he tenido en casa. A parte de muchísimas quemaduras de leche y diversos encontronazos con las salchichas. Lo único en lo que me podía defender era en hacer palomitas (no, no las del microondas). De esta manera, después de esa experiencia, cada dos por tres surgía esta conversación:
MA: - ¿Qué le vas a cocinar a tu marido cuando seas mayor?
A: - Palomitas.
MA: - ¿Todos los días vas a hacer palomitas?
A: - Las puedo acompañar con otras cosas, y hago salchichas con palomitas, huevo revuelto con palomitas y esas cosas.
MA: - ¿Por qué no te animas mañana a cocinar conmigo?
A: - ¿Para que me acabes echando de la cocina como haces siempre?
Así terminaban siempre... De esta manera nunca me he preocupado mucho de la cocina, las pocas veces que he intentado hacer algo más complicado que unas palomitas, tenía demasiada comida para tirar. Por lo que me propuse que lo que yo me guisara, yo me lo comía... hasta hoy.
Las urgencias son malas compañeras y me he visto ante una responsabilidad que me ha superado. Estel e Ithilien tuvieron que soportar mi abominable comida, que convertía la cocina en todo, menos en un arte. Estoy segura de que era comestible (todavían no han mostrado signo de entoxicación), pero de lo que ya no estoy tan segura es de que ellas quisieran repetir la experiencia.
Anazia [12 años] (A): - ¿Tiene que ser ahora que estoy con los deberes?
MA: - Sí, que si no, no aprendes nunca.
A: - Bueeeno, vale.
MA: Hoy vamos a hacer arroz con pollo, que es muy facilito. Anda, ve pelando ajos.
A: - ¿Dónde están los ajos?
MA: - ¿Dónde van a estar? Parece mentira que vivas en esta casa.
A: - Pues no lo sé, si no me lo dices, no pelaré los ajos...
MA: - Están ahí, en la despensa.
Anazia se queda igual... Busca un poco y los encuentra.
A: - ¿Cuántas pelo?
MA: - Pues depende de lo grande que vayas a hacer el arroz, pero por ahora pon 4 dientes.
A: - ¿Con qué cuchillo pelo los ajos?
MA: - Con el primero que pilles.
Anazia pilla el primer cuchillo que ve.
MA: - No, con ése no.
A: - ¿Entonces con cuál?
MA: - Con uno que esté afilado.
A: - ¿Cómo los pelo?
MA: - Quitas la parte de arriba y luego tiras de la piel.
A: - ¿Así?
MA: - Ahora no puedo mirar, y me estás poniendo nerviosa...
Anazia pela ajos como puede. Llega la hora de echar sal.
MA: - Tienes que echar un puñado de sal.
Anazia pilla un puñado.
MA: - ¡Pero no tan grande!
Anazia se deshace del puñado.
La madre de Anazia pilla el puñado y lo echa.
Anazia pilla el mismo puñado y se lo enseña a su madre. La madre está cortando el pollo y no puede antenderla. Anazia aprovecha y le hace unas preguntas de cosas de pollo.
MA (se pone roja como un tomate): - ¿No tenías deberes que hacer? Anda, sal de la cocina que no haces más que ponerme nerviosa.
Ésa fue la experiencia cocinera que yo he tenido en casa. A parte de muchísimas quemaduras de leche y diversos encontronazos con las salchichas. Lo único en lo que me podía defender era en hacer palomitas (no, no las del microondas). De esta manera, después de esa experiencia, cada dos por tres surgía esta conversación:
MA: - ¿Qué le vas a cocinar a tu marido cuando seas mayor?
A: - Palomitas.
MA: - ¿Todos los días vas a hacer palomitas?
A: - Las puedo acompañar con otras cosas, y hago salchichas con palomitas, huevo revuelto con palomitas y esas cosas.
MA: - ¿Por qué no te animas mañana a cocinar conmigo?
A: - ¿Para que me acabes echando de la cocina como haces siempre?
Así terminaban siempre... De esta manera nunca me he preocupado mucho de la cocina, las pocas veces que he intentado hacer algo más complicado que unas palomitas, tenía demasiada comida para tirar. Por lo que me propuse que lo que yo me guisara, yo me lo comía... hasta hoy.
Las urgencias son malas compañeras y me he visto ante una responsabilidad que me ha superado. Estel e Ithilien tuvieron que soportar mi abominable comida, que convertía la cocina en todo, menos en un arte. Estoy segura de que era comestible (todavían no han mostrado signo de entoxicación), pero de lo que ya no estoy tan segura es de que ellas quisieran repetir la experiencia.
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