Estrés Postvacacional
Estrés postvacacional... la primera vez que escuché esas palabras fue en el telediario, a comienzos del curso pasado, cuando yo estaba deseando empezar, porque estaba aburrida de tener tanto tiempo libre sin poderlo aprovechar. Tenía ganas de volver a experimentar la vida que da la rutina, ese no parar de hacer cosas que, por lo general, gustan. Si no, ¿por qué lo estás haciendo?
Pero esta vez ha sido diferente, este comienzo de año ha sido bastante distinto al que estoy acostumbrada. No quería oír hablar de la vuelta al cole (aunque sí el de la vuelta al instituto), porque implicaba soportar a las niñas de nuevo.
Para mi sorpresa, el cumplir 3 años de la pequeña no me esperaba que tuviera ese cambio tan repentino, ¡y a mejor! Aunque seguía costando, ya no era algo tan imposible como lo era antes de las vacaciones. Salir del colegio daba hasta gusto, y sigue dándolo, porque ella por su propio pie es la que decide volver a casa.
Después de ver esta mejora, mi madre decidió dejar de ayudarme. ¡¡Pobre de mí!! No pude vestirla hasta 10 minutos antes de empezar las clases, ¿peinarla? Imposible. Espero no tener que volver a ir sin mi madre, porque me veríais en el manicomio.
¿Cómo descubrí que tenía este mal? Tengo costumbre de analizar todo lo malo que me ocurre, y fue el caso... El miércoles, una hora antes de recogerlas, veía el reloj y sentía la necesidad de prepararme para salir a recogerlas, ¡pero faltaba una hora! A partir de entonces sólo era capaz de mirar el reloj y pensar en recoger a la pequeña, en que tenía que estar ahí esperando hasta que saliera, traerla corriendo, ir a recoger a la mayor, soportarlas un rato, llevarlas arriba, soportar unos cuantos juegos y el lloriqueo de que no quieren que me vaya, volver a casa, comer, ducharme, preparar las cosas para ir al instituto, tener en cuenta el cambio de horario del autobús, salir a coger el autobús, ir al instituto y... seguir con la parte más agradable de la rutina. No podía pensar en otra cosa que en todas esas cosas que tenía que hacer, y la imperativa necesidad de acabarlas cuanto antes...
Esperando a la mayor, seguía pensando en lo que me faltaba por hacer, y sentí unos retorcijones en el estómago. ¿Mi primer pensamiento? "Mierda, ansiedad". Y empezé a analizar la situación... Supongo que ya habéis llegado al mismo punto que yo.
A la mañana siguiente intenté tomármelo con más calma, pero a media mañana sentía hambre, bastante, así que me tomé mi "segundo desayuno", y después de ése, vino mi "tercer desayuno". Yo no tengo costumbre de comer mucho, porque no me gusta hacerlo, y volví a pensar en la ansiedad...
Esa misma tarde, se produjo la llamada, así que lo consulté con ella.
Solución: poner música relajante, por ejemplo música celta (de lo cual tengo hasta decir basta, también de la relajante que no sea celta), tumbarme con la espalda recta en la cama, cerrar los ojos y relajarme... Cuando más relajada esté, es decir, cuando no tenga ninguna, absolutamente ninguna, gana de levantarme, ducharme. Finalmente, después de la ducha, echarme body-milk. Estoy deseando ponerlo en práctica...
Pero esta vez ha sido diferente, este comienzo de año ha sido bastante distinto al que estoy acostumbrada. No quería oír hablar de la vuelta al cole (aunque sí el de la vuelta al instituto), porque implicaba soportar a las niñas de nuevo.
Para mi sorpresa, el cumplir 3 años de la pequeña no me esperaba que tuviera ese cambio tan repentino, ¡y a mejor! Aunque seguía costando, ya no era algo tan imposible como lo era antes de las vacaciones. Salir del colegio daba hasta gusto, y sigue dándolo, porque ella por su propio pie es la que decide volver a casa.
Después de ver esta mejora, mi madre decidió dejar de ayudarme. ¡¡Pobre de mí!! No pude vestirla hasta 10 minutos antes de empezar las clases, ¿peinarla? Imposible. Espero no tener que volver a ir sin mi madre, porque me veríais en el manicomio.
¿Cómo descubrí que tenía este mal? Tengo costumbre de analizar todo lo malo que me ocurre, y fue el caso... El miércoles, una hora antes de recogerlas, veía el reloj y sentía la necesidad de prepararme para salir a recogerlas, ¡pero faltaba una hora! A partir de entonces sólo era capaz de mirar el reloj y pensar en recoger a la pequeña, en que tenía que estar ahí esperando hasta que saliera, traerla corriendo, ir a recoger a la mayor, soportarlas un rato, llevarlas arriba, soportar unos cuantos juegos y el lloriqueo de que no quieren que me vaya, volver a casa, comer, ducharme, preparar las cosas para ir al instituto, tener en cuenta el cambio de horario del autobús, salir a coger el autobús, ir al instituto y... seguir con la parte más agradable de la rutina. No podía pensar en otra cosa que en todas esas cosas que tenía que hacer, y la imperativa necesidad de acabarlas cuanto antes...
Esperando a la mayor, seguía pensando en lo que me faltaba por hacer, y sentí unos retorcijones en el estómago. ¿Mi primer pensamiento? "Mierda, ansiedad". Y empezé a analizar la situación... Supongo que ya habéis llegado al mismo punto que yo.
A la mañana siguiente intenté tomármelo con más calma, pero a media mañana sentía hambre, bastante, así que me tomé mi "segundo desayuno", y después de ése, vino mi "tercer desayuno". Yo no tengo costumbre de comer mucho, porque no me gusta hacerlo, y volví a pensar en la ansiedad...
Esa misma tarde, se produjo la llamada, así que lo consulté con ella.
Solución: poner música relajante, por ejemplo música celta (de lo cual tengo hasta decir basta, también de la relajante que no sea celta), tumbarme con la espalda recta en la cama, cerrar los ojos y relajarme... Cuando más relajada esté, es decir, cuando no tenga ninguna, absolutamente ninguna, gana de levantarme, ducharme. Finalmente, después de la ducha, echarme body-milk. Estoy deseando ponerlo en práctica...
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