miércoles, junio 21, 2006

Mi Castillo

Érase una vez... una niña pequeña en un mundo solitario donde naces en tu propio reino. Tienes todo un territorio que es único para tí desde el día que naces hasta el que mueres y donde nadie o casi nadie entra, aunque tú quieras dejar las puertas abiertas. En esos reinos cada cual se hace su propio hogar, cada uno, tal como es...

Esa niña nació en un reino con suelo de barro, todo era muy blandito. Así que empezó jugando y montando barro sobre barro hasta hacerse una cueva donde se podía meter. Era acogedora, con muchos colorines distintos y muy desordenada, aunque todo tenía un orden lógico para la edad de la niña y todo era como a ella le gustaba. Mágicamente el barro se convirtió en piedra, porque cada vez se necesitaban cimientos más fuertes.

Quiso el mundo que cuando la niña estaba cómodamente instalada y sólo le faltaban unos pequeños retoques a esa casita que se estaba construyendo le cambiara el reino a otro distinto. La niña un día se despertó en otro sitio que no era el de siempre y su casa había desaparecido, esa cómoda cuevecita donde ella se ponía a jugar ya no estaba allí. Tenía que empezar de nuevo a construir su hogar...

Pero esta vez no había barro, esta vez había piedras para hacer ese hogar que debía construirse, y aliviada empezó. Empezó haciendo cuatro paredes, y poco a poco lo fue ampliando. Cuando empezó no sabía cómo continuar y donde estaba el techo se encontraba con el suelo, donde debía haber sillas, simplemente había mesas... Todo era realmente un caos, hasta que se dió cuenta. Poco a poco fue poniendo todo en orden, poquito a poco iba poniendo cada cosa en su lugar.

Lentamente aparecía una torre por un lado, un sólido muro por otro... hasta que se dió cuenta que había hecho un castillo. En el mismo instante en el que se dió cuenta que su hogar era perfecto, que tenía el castillo más bonito que podría desear, la piedra se convirtió en oro. Y durante un tiempo vivió en el castillo perfecto. De vez en cuando encontraba una piedra preciosa que ponerle aquí, un rubí que ponerle allá, un diamente que incrustarle ahí...

Pero llegó el momento en el que no ponía suficiente atención a ese Castillo y sufría por el mantenimiento. Un buen día se caía una de sus torres, pero la niñita lo volvía a levantar, descubría lo que fallaba y lo arreglaba. Al siguiente fue un muro, al otro una pared, pero un buen día...

Se despertó y se encontró sin Castillo, el castillo no se había derrumbado, simplemente había desaparecido. Un día estaba, algo desgastado, y al siguiente ni los cimientos se mantuvieron de pie. No hubo tormentas, no hubo huracanes... nada lo parecía haber causado, siplemente no estaba ahí. Se encontraba sola en un reino desolado del que no podía salir.

Y ahí está, sola y abandonada. Sin saber porqué, sin saber nada, sin sentir alegría, sin sentir tristeza. Simplemente está ahí.