sábado, noviembre 12, 2005

Cuatro Paredes

Érase una vez... una niña pequeña que entre cuatro paredes creció. Cada vez que entre ellas no estaba el mundo veía azul. El color azul de los colores congelados, violeta, el de los colores helados y verde, color de los fríos. No quería abandonar esas cuatro paredes que sólo negrura enseñaban, una cálida negrura comparado con el frío exterior. No veía la hora, cuando estaba entre esa fría gama de colores, de llegar a las cuatro paredes negras, que la protegían de quedarse congelada. Con la negrura de sus cuatro paredes muchas cosas aprendió, supo con ellas que existía el calor.

Fue a buscar ese pequeño calor que entre tantos colores fríos la fuera a proteger cuando no estuviera entre sus cuatro paredes, pero perdió la esperanza el día antes de que lo encontrara.

El día ya menos esperado, podría llamarse uno de los días desesperados, sin que ella lo esperara, un fuego se encendió. Al principio era una pequeña llama que con el tiempo en candela se convirtió.

Todos los fríos colores del exterior de esas cuatro paredes desaparecieron. Dejó de tener miedo de salir de sus cuatro paredes, porque ya todo era rojo, el color del amor, naranja, con un tono cálido y amarillo, la pura pasión. Empezó a amar el exterior de esas cuatro paredes... deseaba fervientemente salir del negro de sus cuatro paredes.

Pero llegaron los días en los que entre sus cuatro paredes tuvo que quedarse, cuando se dió cuenta que la negrura de sus cuatro paredes dejaron de ser comparables al cálido exterior, un exterior que tendría que dejar un tiempecito, un exterior que hacía de sus cuatro cálidas paredes una negra cárcel que congelaban su corazón. Así las cuatro paredes en cárcel se convirtió, y la niña pequeña su deseo de salir no puede reprimir.