lunes, febrero 06, 2006

Mi amigo Siddhartha

Govinda dijo entonces:

- Pero esto que tú llamas "cosas" ¿es acaso algo real, algo esencial? ¿No será sólo una ilusión de Maya, simples imágenes y apariencias? Tu piedra, tu árbol, tu río ¿son en verdad realidades?

- Eso tampoco me preocupa mucho -repuso Siddhartha-. Poco importa que las cosas sean o no apariencias; el hecho es que yo también soy apariencia y, por lo tanto, ellas son mis semejantes. Esto es lo que me las hace tan entrañables y dignas de respeto: son mis semejantes. Por eso puedo amarlas. Y he aquí una doctrina de la que vas a reírte: el amor, Govinda, me parece la cosa más importante que existe. Analizar el mundo, explicarlo o despreciarlo acaso sea la tarea principal de los grandes filósofos. Yo, en cambio, lo único que persigo es poder amar al mundo, no despreciarlo, no odiarlo a él ni odiarme a mí mismo, poder contemplarlo -y con él a mí mismo y a todos los seres- con amor, admiración y respeto.

- Esto lo entiendo -dijo Govinda-. Pero es justamente lo que él, el Sublime, denominaba ilusión. Prescribió la benevolencia, la generosidad, la compasión, la tolerancia, pero no el amor; nos prohibió atar nuestro corazón con el amor hacia las cosas terrenales.

- Lo sé -replicó Siddhartha, y su sonrisa refulgió como el oro-. Lo sé, Govinda. Y mira, ya estamos otra vez perdidos en la selva de las opiniones, en discusiones sobre las palabras. Pues no puedo negar que mis palabras sobre el amor se hallan en contradicción, en una contradicción aparente, con las palabras de Gotama. Por eso desconfío tanto de las palabras, porque sé que esta contradicción es ilusoria. En el fondo sé que estoy de acuerdo con Gotama. ¿Cómo podría Él ignorar el amor? Él, que supo reconocer la nulidad y caducidad de todo cuando atañe al ser humano y, sin embargo, amó tanto a los hombres que dedicó toda una vida larga y fatigosa a la tarea exclusiva de ayudarlos e instruirlos. También en Él, en tu gran Maestro, prefiero las cosas a las palabras; su vida y sus hechos me parecen más importantes que sus discursos; los gestos de su mano, más importantes que sus opiniones. No en su palabra ni en su pensamiento veo su grandeza, sino en sus obras, en su vida.

Libro: Siddhartha.
Autor: Herman Hesse.


Yo creo que jamás me cansaré de decir que no hay palabras mal dichas, sino malinterpretadas. Hasta ahora pocas veces he tenido la sensación de que se me ha comprendido, ¿tan difícil soy de entender?