jueves, noviembre 24, 2005

La Odisea de la Ducha

Me apetecía tanto volver a sentir correr el viento por mis mejillas que no pude resistirme demasiado a la idea de un ameno paseo de ida y vuelta por la calle. Tenía ganas de ejercitarme en la ardua tarea de muletizar mis pasos y vi el momento propicio para hacerlo. Jamás me imaginé que eso requeriría tanto esfuerzo físico.

Cuando regresé a mis cuatro paredes parecía recién salida de la ducha, que era la próxima aventura que tenía pensado tomarme. Todavía no había acabado de salir del trauma del primer intento, cuando ya estaba planeando una segunda aventura con el agua.

Decidida me embauqué en esa aventura muletizando de camino al baño para que mi madre me ayudara a poner las bolsas en su sitio, alrededor de las vendas que cubrían la fédula. Después de encontrar la perdida cinta de carpintero nos pusimos manos a la obra. Todo parecía bien sujeto y habíamos tomado ciertas medidas con respecto a la vez anterior. Por ejemplo, poner la toallita y el champú cerca del grifo y así tener que moverme lo menos posible, en una tambaleante situación, en la cual media pierna escayolada se encontraba fuera de la bañera mientras que el resto intentaba mantener el equilibrio apoyada contra la pared.

La Odisea es indescriptible. Había puesto la toallita y el champú cerca, ¿pero dónde me había dejado el gel de ducha? Cuando me dí cuenta estaba en la otra punta de la ducha, y perdería el equilibrio si me doblaba por un lado de la bañera, así que tenía que dar la vuelta a lo largo de la pared, pero eso me obligaba a introducir la pierna en la bañera y eso no era recomendable.

Toc, toc, toc. ¡Mi salvación! Entró mi madre presta a traerme el albornoz y fue muy amable al acercarme el gel del otro lado de la bañera. La primera vez que me veía desnuda en mucho, mucho tiempo. El rubor tiñó mis mejillas, pero era inevitable. Entre tanto no cesaba el tambaleo de mi inestable equilibrio, y más de una vez he tenido la imagen en mi mente de una cabeza salpicada de sangre a causa del borde de la bañera, ahí se alzaba ella, amenazante, parecía decir que a ella el rojo le sentaba estupendamente.

Cuando por fin salí, no me lo pude creer. Era como volver a la vida, espero que mañana termine esta pequeña tortura... Y si no se da el caso, pues aprenderé a lavarme bien y en profundidad en vez de ducharme a fondo.