martes, agosto 15, 2006

La Cartera

Un elemento cotidiano, ¿quién no lo usa por lo menos tres veces a la semana como mínimo? Muchos tienen ahí sus escondites preferidos para esas cosas pequeñas que no quieren que nadie vea, pero todo el mundo tiene ahí los documentos acreditativos de nuestra identidad. Cada cartera es única, según su dueño la configure, es casi tan parecido como un bolso para una mujer, pero es unisex.

Hoy me he decidido a poner orden en la casa, aunque no está todo patas arriba, me desanima algo entrar, y empezé por mi cartera. ¿Qué pasa? Es un sitio como cualquier otro...

Me ha faltado sacudirlo para sacar todo lo que tenía y volverlo a meter, ahora nada está en el sitio que tenía. ¿Cómo podía tenerla tan mal configurada? Lo único que está igual es el sitio de los billetes (porque billetes no hay dentro) y las monedas (que hay muchísimas... de un o dos céntimos).

He encontrado cosas muy... valiosas para mí, pero que nadie me daría ni medio céntimo por él. Recuerdos muertos, literalmente, como mi hermano. Lo único que he conseguido guardar suyo, lo único que me han dado para su recuerdo.

Apenas le recuerdo, tengo imágenes en la que mi hermana, con 3 años, se arrimaba a él y le daba las buenas noches, y recuerdo el temor que yo sentía por mi hermana, porque se acercara a él, por las cosas que él podría hacerle. Sentía verdadero pavor cada vez que compartía una habitación con él. Era completamente irracional, pero sólo ocurría una o dos semanas a lo largo de todo un año. Apenas aparecía por su propia casa cuando nosotros la ocupábamos (aunque era propiedad de mi padre, era él quien lo disfrutaba).

Inocente de mí le prestaba oídos a las malas lenguas. No sabía porqué mi padre le gritaba por las cosas, no entendía lo que decía, pero si mi padre le gritaba, que también era su padre, entonces ha hecho algo malo, y si le grita tanto es que hace muchas cosas malas. Si hace tantas cosas malas, él es malo. Pánico sentía cada vez que me miraba.

La gente en la calle y por la familia no ayudaba en absoluto. Le contaban cosas a mi padre y yo las oía, aunque no las entendía, sentía que eran cosas malas. Notaba en ellos el tono de reproche y desilusión por él, lo cual afianzaba mi sentimiento de terror hacia él.

Murió, yo tenía 9 años, y las malas lenguas se callaron. Empezaron a salir buenas palabras referidas a él, a esa persona que jamás conocí ni me preocupé por hacerlo. Jamás olvidaré las palabras que salieron de la boca de mi padre un día: "Él era un buen muchacho." Y mi tía, también desaparecida, contestándole: "Sí, si alguien necesitaba algo que él tenía, aunque a él le hiciera falta, él se lo daba". Tras eso mi padre le respondió: "Si alguien se merece el cielo, ése es él".

11 años. Nos vinimos definitivamente a vivir a este rincón del mundo. Su habitación permanecía completamente intacta, acumulando polvo y dándole un hábitat para sobrevivir a una araña enorme. Nos aventuramos a desalojarla porque nos vamos de esa casa. Un escapulario.

Lo encuentro y lo observo. Mi madre me explica lo que es y me pide que lo lleve siempre conmigo y lo guarde con cariño. Desde entonces y hasta ahora, siempre ha estado en esa cartera mía. Para mí es un elemento casi imprescindible. Es el único recuerdo que tengo de mi hermano desconocido, del que no me preocupé en conocer, del que no sé nada por mí misma.