¡Ya ha nacido!
Un domingo en casa de unos amigos, unos amigos de grandísima confianza. La mujer tiene más de 30 y el esposo posee ya los 27. Para mí son esos amigos que siempre he querido tener, aunque cada vez más nos distanciamos. El tiempo corre, y se lleva nuestras vidas a donde le conviene.
Él siempre ha querido tener hijos, muchos y muchos hijos con los que jugar a la Play Station o a quienes enseñarles sus juegos de rol preferidos, instruyéndoles en la lectura de una fantasía épica sin par. Ella no era de ese parecer, siempre decía:
- Sí, claro. Tú imagínate a Él sacando al niño al parque, regresa a casa, le pregunto por el niño y mientras el niño en el columpio preguntando dónde estará su Papá.
Siempre nos reíamos, porque nos lo imaginábamos en la realidad, sabíamos perfectamente que se podía dar el caso.
En cambio ese domingo de visita, nos anuncian:
- Ah, Anazia, Ella está embarazada.
La alegría asoma por mi cara, sabía que lo estaban deseando aunque nunca nos lo hubieran dicho. Miré a Onizeth a la cara y sabía que no se decidía a dar el pésame o las felicitaciones. Decidí echarle una mano y enseguida anuncié mi alegría por la pareja y les deseé mis más sinceras felicitaciones.
Cada vez asomábamos menos las cabezas por su puerta, pero estábamos lo que más podíamos al corriente del presente embarazo. Nos enseñaban lo que les habían comprado, la barrigota, que yo no podía evitar querer tocar y fuimos de los primeros que supieron que iba a ser una niña.
Les hize prometer que me avisarían del ingreso al hospital, y así hicieron, lo prometieron.
El día fijado yo tenía exámen, y ellos amablemente me acercaron al instituto contándome las últimas. Todavía no había roto aguas y no quería nacer... ¡pero ya pesaba 4 kilos!
El sábado llamé, para ver cómo se encontraban, nadie cojía el teléfono. Ayer lo volví a intentar. ¡Y la niña ya estaba en casa! Sentí una gran alegría y una pequeña decepción. Hoy iré a verla.
Él siempre ha querido tener hijos, muchos y muchos hijos con los que jugar a la Play Station o a quienes enseñarles sus juegos de rol preferidos, instruyéndoles en la lectura de una fantasía épica sin par. Ella no era de ese parecer, siempre decía:
- Sí, claro. Tú imagínate a Él sacando al niño al parque, regresa a casa, le pregunto por el niño y mientras el niño en el columpio preguntando dónde estará su Papá.
Siempre nos reíamos, porque nos lo imaginábamos en la realidad, sabíamos perfectamente que se podía dar el caso.
En cambio ese domingo de visita, nos anuncian:
- Ah, Anazia, Ella está embarazada.
La alegría asoma por mi cara, sabía que lo estaban deseando aunque nunca nos lo hubieran dicho. Miré a Onizeth a la cara y sabía que no se decidía a dar el pésame o las felicitaciones. Decidí echarle una mano y enseguida anuncié mi alegría por la pareja y les deseé mis más sinceras felicitaciones.
Cada vez asomábamos menos las cabezas por su puerta, pero estábamos lo que más podíamos al corriente del presente embarazo. Nos enseñaban lo que les habían comprado, la barrigota, que yo no podía evitar querer tocar y fuimos de los primeros que supieron que iba a ser una niña.
Les hize prometer que me avisarían del ingreso al hospital, y así hicieron, lo prometieron.
El día fijado yo tenía exámen, y ellos amablemente me acercaron al instituto contándome las últimas. Todavía no había roto aguas y no quería nacer... ¡pero ya pesaba 4 kilos!
El sábado llamé, para ver cómo se encontraban, nadie cojía el teléfono. Ayer lo volví a intentar. ¡Y la niña ya estaba en casa! Sentí una gran alegría y una pequeña decepción. Hoy iré a verla.
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