Carta completamente abierta
"Para la libertad sangro, lucho, pervivo".
MIGUEL HERNÁNDEZ
Hace dos homicidios que llegó
donde enjambres de monedas acribillan los panales de aurora,
la semana enlutada de lamentos
llegó sobre torrentes de alacranes,
no esperó, no, al regreso del invierno
para plantar puñales en los campos
sobre la frágil humedad del heno.
No quiso florecer el beso en tu mejilla,
herido por un grave redoble de botas,
no quiso ya volver,
no quiso recordar la rosa su olor,
petrificado entre hojas del cuaderno,
no quiso ya volver,
no pudo ser, no...
Pero por fin llegó.
No esperaba los hombres el suicidio de la luz
porque ignoran el oscuro misterio del parto,
ignoran su naturaleza de esparto y miel,
ignoran que la crecida no entiende de números,
ignoran que la muchedumbre se abre el alma en espera de la herida.
Nadie esperaba que las imágenes amanecieran amordazadas,
ni siquiera el hombre turbio de secante
que da plomo a las carnes abiertas por el hambre,
que da tinta a las carnes abiertas por la sed,
esperaba que los mares recordaran el nombre del ahogado,
ni que los ángeles implantaran religiones de patíbulos,
ni que repartieran máscaras de gas.
La muerte no esperaba tan pronto el alza de sus acciones.
Por un tierno amanecer degollado
escapa un mundo huérfano de almas
congregando la sangre en las ciudades,
enjaulando la sangre en ministerios de perfecta angustia,
por los siglos de los siglos.
La sangre a las venas
no quiso ya volver,
no pudo ser, no...
Se habla de la cruxificción de la rosa,
del insomnio de los muertos,
se comenta en el cielo el secuestro del ruiseñor,
la resurrección de la bala en las arterias.
Pero nadie se detiene,
al rumor del coral
ninguno quiere ser viento,
ninguno espera la llegada del cordero,
la visita del alba a las latitudes olvidadas,
la eucaristía del pan en los labios que se calcinan.
Pero ahora,
todo ha terminado,
puedes gritar...
Puedes gritar calcinándote en el grito,
con la sangre hasta el cuello,
puedes gritar
hasta que se caigan los pilares del mundo,
hasta que se abran las puertas del cielo,
hasta que los ríos desemboquen en las montañas,
hasta que tiemble el azul de los mapas,
hasta que los relojes se detengan,
hasta que el hombre recuerde su pasado de arcilla,
hasta que se cumpla la justicia así en la tierra como en el cielo,
pero ahora, pero ahora, ¡ay!, pero ahora,
ya es demasiado tarde...
MIGUEL HERNÁNDEZ
Hace dos homicidios que llegó
donde enjambres de monedas acribillan los panales de aurora,
la semana enlutada de lamentos
llegó sobre torrentes de alacranes,
no esperó, no, al regreso del invierno
para plantar puñales en los campos
sobre la frágil humedad del heno.
No quiso florecer el beso en tu mejilla,
herido por un grave redoble de botas,
no quiso ya volver,
no quiso recordar la rosa su olor,
petrificado entre hojas del cuaderno,
no quiso ya volver,
no pudo ser, no...
Pero por fin llegó.
No esperaba los hombres el suicidio de la luz
porque ignoran el oscuro misterio del parto,
ignoran su naturaleza de esparto y miel,
ignoran que la crecida no entiende de números,
ignoran que la muchedumbre se abre el alma en espera de la herida.
Nadie esperaba que las imágenes amanecieran amordazadas,
ni siquiera el hombre turbio de secante
que da plomo a las carnes abiertas por el hambre,
que da tinta a las carnes abiertas por la sed,
esperaba que los mares recordaran el nombre del ahogado,
ni que los ángeles implantaran religiones de patíbulos,
ni que repartieran máscaras de gas.
La muerte no esperaba tan pronto el alza de sus acciones.
Por un tierno amanecer degollado
escapa un mundo huérfano de almas
congregando la sangre en las ciudades,
enjaulando la sangre en ministerios de perfecta angustia,
por los siglos de los siglos.
La sangre a las venas
no quiso ya volver,
no pudo ser, no...
Se habla de la cruxificción de la rosa,
del insomnio de los muertos,
se comenta en el cielo el secuestro del ruiseñor,
la resurrección de la bala en las arterias.
Pero nadie se detiene,
al rumor del coral
ninguno quiere ser viento,
ninguno espera la llegada del cordero,
la visita del alba a las latitudes olvidadas,
la eucaristía del pan en los labios que se calcinan.
Pero ahora,
todo ha terminado,
puedes gritar...
Puedes gritar calcinándote en el grito,
con la sangre hasta el cuello,
puedes gritar
hasta que se caigan los pilares del mundo,
hasta que se abran las puertas del cielo,
hasta que los ríos desemboquen en las montañas,
hasta que tiemble el azul de los mapas,
hasta que los relojes se detengan,
hasta que el hombre recuerde su pasado de arcilla,
hasta que se cumpla la justicia así en la tierra como en el cielo,
pero ahora, pero ahora, ¡ay!, pero ahora,
ya es demasiado tarde...
Florián Eliade
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